Porque la mejor manera de compartir ideas es con una cerveza en cada mano.

Tras recibir innumerables baños de masas decidí retirarme de la vida pública.
Y el mejor lugar para ocultarme fue un lugar público, a la vista de todo el mundo.
Así me refugié en este bar, enquistado entre las tragaperras y la nevera de los helados.
Antonio y Olga, los dueños, me adoptaron, al principio como un habitual, y ahora ya me quieren tanto como a las demás banquetas.
Aquí hablo para quien me quiere escuchar.